domingo, 2 de septiembre de 2012

Un huracán llegó de Irlanda






El fuego y el orgullo irlandés a través de su danza

Riverdance se presentará durante once funciones en el Gran Rex

Por Pablo Gorlero

Creado por John McColgan, la compañía ya lleva 18 años de vida y acaba de arribar a la Argentina. Ayer debutó en el Gran Rex, donde se presentará durante once funciones.
El grupo se presentó por primera vez en el intervalo del célebre concurso de Eurovision, el 30 de abril de 1994. "Todavía recuerdo el momento en que las 400 personas que estaban en ese lugar saltaron de sus asientos y se pusieron de pie para ovacionarnos. Fue impactante", evoca John McColgan en su suite del hotel Plaza, feliz de estar por primera vez en Buenos Aires. Se unieron varios talentos para que eso fuera posible: Bill Whelan -integrante del grupo folk de culto Plantxy-, el conjunto coral celta Anúna, los campeones de danza irlandesa Jean Butler y Michael Flatley y la dirección y producción del matrimonio compuesto por John McColgan y Moya Doherty. "La sincronicidad de nuestras coreografías sorprende. Cuando tenés 30 bailarines en una fila, todos haciendo lo mismo muy rápido, la gente se sorprende. Además hay algo primitivo al bailar con los pies y las manos pegadas al cuerpo."
Se estrenó en 1994, en Dublín, y fue un éxito arrollador. A partir de ahí, la fama de la compañía y del espectáculo comenzó a crecer y a trascender las fronteras de Europa. Se presentaron con éxito en Asia, Oceanía, América del Norte y, ahora, por primera vez llegan a la parte meridional del continente.
"Nos fue muy bien en San Pablo, pero estamos muy ansiosos por ver la reacción del público argentino. Dicen que son espectadores muy especiales", señala McColgan.
Riverdance recorre la historia de Irlanda a través de la danza, pero en un formato que se asemeja a las grandes producciones del West End o de Broadway, algo que fascina al público masivo y los convierte en unos perfectos embajadores de la isla esmeralda. "Hay varias razones por las cuales nuestro show genera tanto interés. Todos nuestros artistas sienten un gran orgullo por su cultura y su nación. No es un show donde uno se viste de otro, acá se representan a sí mismos y a su país. Otra de las razones del talento de nuestros bailarines es que la mayoría de ellos bailan danzas folklóricas desde los cuatro años. Para ellos es natural esta danza. Ahora hay escuelas de danza irlandesa en todas partes del mundo. Hasta en China", explica el director.
-¿Cuáles son los límites entre la danza folklórica y el megashow comercial y taquillero?
-Es bueno decirlo. Adonde vamos los irlandeses están muy orgullosos, porque es una representación de Irlanda, que es antigua y moderna a la vez. Hay gente a la que no le gustan las danzas folklóricas. Esta lo es, pero nosotros le agregamos espectáculo. Mi formación está en la televisión. Hice centenas de programas de entretenimientos y de ficción y, además, uso el vocabulario de los musicales de Broadway. Utilizo ese conocimiento y pasión por el teatro, sin dejar de respetar esta cultura. Nosotros no queremos minar la integridad de esta danza. Y le aportamos una teatralidad. He estado haciendo esto desde hace 50 años y creo que ha resultado muy bien.
Pronto volverán al Lejano Oriente, donde ya se presentaron en 24 ciudades chinas y en Japón. John McColgan no puede olvidar una imagen al finalizar una de las funciones en Tokio: "Un periodista japonés lloraba emocionadísimo cuando terminó el show. Le pregunté qué había sentido y me respondió que estaba conmovido porque pertenecíamos a un país pequeño, dominado por un gran país, y hoy estamos erguidos, presentando al mundo nuestra cultura con mucha teatralidad y de modo entretenido".
Torrente de talento
Lo que se está llevando a cabo en el Gran Rex es un acontecimiento. Principalmente para todos aquellos que aman la cultura de los países de origen céltico y para los amantes de la danza, pero también para el público dispuesto a presenciar un show impactante con un gran contenido étnico y cultural. Riverdance es sorprendente. A mediados de los años 90 circulaban por la Argentina videos de este gran espectáculo que sorprendía al mundo y uno soñaba con verlos alguna vez en la Argentina. Su primer bailarín y uno de sus coreógrafos, Michael Flatley, hace algunos años envió aquí a propia compañía: Lord of the Dance y decepcionó a muchos.
No ocurre lo mismo con Riverdance . Sobre el final la gente estalla de sus butacas y quiebran el aire del Gran Rex con una ovación que dura varios minutos. Sí, es verdad, la compañía llegó un poco reducida y el montaje no es exactamente el mismo que en Dublin, Londres o Nueva York, pero impacta de igual manera.
Es una propuesta conceptual que recorre los orígenes del pueblo irlandés, su historia, su mitología, su emigración y el nuevo esplendor. Así, a través de una inmejorable partitura del ex Planxty Bill Whelan, el espectador será incorporado a la era de los Tuatha Dé Dannan, la epopeya del gran Cuchulain o hasta en el mundo feerico tan verde como esa tierra tan castigada como bendecida por la historia. Durante la primera parte, la compañía de 18 bailarines le brinda espectacularidad a las danzas folklóricas y realizan prodigiosos juegos simétricos que presentan hasta cierta influencia de Busby Berkeley (en ese sentido, los espectadores de la parte superior del Gran Rex estarán beneficiados). El estilo de danza irlandesa, que mantiene el tronco enhiesto y los brazos pegados al cuerpo obliga a los intérpretes a hacer las mayores proezas con sus pies y sus piernas en el zapateo y los saltos. Todos ellos, juntos en escena, son un estruendo, un maremoto de percusión. Por momentos siguen a la perfección el sonido de los tambores y el bodhrán; y las jigas son un alarde de creatividad y festividad.
La virtuosa bailaora Marita Martínez Rey, que parece personificar las flamas de una fogata, demuestra con su taconeo que cualquier zapateo puede ser incorporado a esta música. Del mismo modo, el duelo entre los bailarines de tap Jason E. Bernard y Benjamin Mapp con los irlandeses es uno de los momentos más potentes del espectáculo. Allí, ambas formas de danza callejera que se encontraron en las calles norteamericanas a principios del siglo XX se fusionan y se vuelven una sola. Por su parte, los primeros bailarines James Greenan y Chloey Turner no sólo son prodigiosos sino poseedores de un especial encanto. Suman dosis de fuerza, presencia y talento ilimitado.
La partitura de Whelan es ejecutada por cuatro músicos, sobre una delicada base grabada. El gaitero Guy Rickarby tiene uno de los momentos más emotivos del show con su solo por el lamento de Cuchulain. Pero el carismático violinista Matt Bashford se convierte en un auténtico showman y se adueña de la escena en muchos momentos. Quedan pocas funciones y vale la pena embriagarse con la música y la danza irlandesa de Riverdance.

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