sábado, 11 de diciembre de 2010

50 años del Teatro San Martín


Fachada del Teatro San Martín; Ernesto Bianco, en Cyrano de Bergérac; Lautaro Murúa y Duilio Marzio, en Beckett
Imágenes del libro Teatro San Martín 50 años. 1960-2010; y de mi archivo personal

(Ampliación de la nota publicada en el suplemento ADN, de La Nación, el 26 de noviembre de 2010.)

Entre risas y lágrimas

El San Martín cumple 50 años y estrena nueva conducción, pero sufre por el ahogo financiero y por la decadencia de sus instalaciones

Por Pablo Gorlero

Cuarenta años atrás, quien esto escribe tenía que elegir cada semana entre tres posibles propuestas de salida cultural que le hacían sus padres: ir al cine, al teatro o al San Martín. Es decir, ir a ver los dibujitos en continuado; a las distintas salas que ofrecían obras infantiles; o todo en uno, directamente al San Martín. Esta última opción, claro, era una salida más sofisticada, menos previsible, para ver las obras de Roberto Aulés, de Liliana Paz o clásicos infantiles cinematográficos como Crin blanca o El globo rojo, en la sala Lugones. Para los porteños más porteños, el San Martín es el icono cultural por excelencia. Es ese gigante con corazón de escenario que se rodea de librerías y cuevas discográficas. Es el sitio donde comenzó la pasión de muchos teatreros y, a su vez, el lugar donde todo actor quisiera estar.
El San Martín es un dandy que este año cumplió 50. Tuvo una vida magnífica, dejó un legado espléndido y, hoy en día, algo maltrecho, hace sus esfuerzos por mantener esa apariencia señorial. Aunque siempre tuvo una dolencia persistente: la política.
Comenzó a construirse en 1953, allí donde había un enorme garage, en un predio de 30.000 metros cuadrados ubicado en la avenida Corrientes, entre Paraná y Montevideo. La obra estuvo detenida más de tres años por cuestiones presupuestarias, pero pudo inaugurarse el 25 de mayo de 1960.
Se dice que, por aquel entonces, no había teatro en el mundo con la sofisticación de ese gran complejo. Su sala mayor, la Martín Coronado (nombre de uno de los pioneros de la dramaturgia argentina), era la más completa del mundo. El gran mérito de los arquitectos Mario Roberto Alvarez y Macedonio Oscar Ruiz fue el trabajo escenotécnico logrado. Se lanzaron al desafío de montar dos salas superpuestas con mecanismos escénicos impensados en los años 50, y una técnica de construcción de vanguardia. El espacio a aprovechar debía ser vertical, por lo tanto se aprovechó el trazado del subte aunque, a su vez, había que neutralizar cualquier ruido o vibración del exterior. No sólo lo lograron, sino que el tratado acústico que tienen las salas Casacuberta y Martín Coronado es excelente. Tal vez los espectadores no sean conscientes de eso, pero el San Martín es un gran pozo. La sala Cunill Cabanellas, la más pequeña (construida en 1979) está situada en el tercer subsuelo, donde en un principio, había una confitería.
El San Martín se inauguró con el espectáculo Más de un siglo de teatro argentino, dirigido por Osvaldo Bonet, y del que participaban todos los grandes actores de la época representando fragmentos de la escena nacional. “Yo ni loco trabajo con un pozo”, dijo el director cuando advirtió la enorme sección central levadiza. De todos modos, el escenógrafo Luis Diego Pedreira se las ingenió para hacer usufructo de cada una de las posibilidades que ofrecía esa sala para 1049 espectadores. Era un desafío para no despreciar. Todo el artilugio con el que, hasta ese entonces, ningún escenógrafo pudo contar. Su escenario a la italiana está provisto de una extensa boca de medidas variables (entre 11 y 16 metros de ancho por 7 de altura), con esa impresionante sección central que puede desplazarse verticalmente, en forma total o parcial, mediante nueve ascensores que actúan simultánea o separadamente; un par de discos giratorios de 9 a 10 metros de diámetro respectivamente; y un foso levadizo para la orquesta. La segunda sala, lleva el nombre de Juan José de los Santos Casacubierta, para muchos el primer actor de la escena argentina. Tiene capacidad para 566 personas y su conformación es semicircular, con un declive isóptico ideal. También tuvo su innovación escénica en el tablado levadizo que antecede a la sala y que puede ser escenario, piso de platea o foso de orquesta. El enorme escenario tiene 20 metros de ancho por 5 de altura y 6 de profundidad.
Por su parte, la sala Leopoldo Lugones, dedicada al cine, se inauguró el 4 de octubre de 1967, con la proyección de La pasión de Juana de Arco, de Carl T. Dreyer. Tiene capacidad para 233 espectadores y, desde siempre, fue y es uno de los templos del cine arte, en cuya pantalla, el crítico Luciano Monteagudo programa películas de grandes maestros como Chaplin, Griffith, Keaton, Visconti, Murnau, Kurosawa, Bergman, Truffaut, Godard, Herzog y Fassbinder, entre muchísimos otros.
Pero el San Martín no sólo destella arte y cultura en sus salas. Sus pasillos, su hall central, sus oficinas, sus archivos, sus talleres son núcleos creativos visibles que se constituyen en la usina artística que, además, genera (o generaba) mucho trabajo. De sus talleres de vestuario, zapatería y utilería surgían generaciones de artesanos.
Los gigantes imponentes del San Martín son también sus murales. El foyer de la Martín Coronado tiene un altorrelieve de cemento coloreado de 7 metros de ancho y 2,80 de altura, titulado Alegoría al teatro, del escultor José Fioravanti, mientras que en las paredes laterales de la sala se pueden ver las esculturas El drama y La comedia, realizadas por Pablo Curatella Manes. Entretanto, en el hall de la Casacuberta, un gran mural de Luis Seoane envuelve 32 metros de ancho y 11 de altura. Es El nacimiento del teatro argentino, una obra imposible de dejar de contemplar.
Al atravesar las puertas vaivén de acceso, el mundo del San Martín saluda a los espectadores a través de su hall, algo así como el salón de fiestas. Allí es donde cientos de artistas han trabajado en forma gratuita para darle sonido y movimiento a ese enorme ámbito custodiado por atractivas fotogalerías.
Carmelo Tornello fue el primer director general y la primera visita del exterior fue The Theatre Guild American Repertory Company, de Estados Unidos. Al año siguiente se presentó Vivien Leigh con The Old Vic Company, de Gran Bretaña, para hacer La dama de las camelias y Noche de reyes; y más adelante, John Gielgud e Irene Worth, The Brenda Bruce Company, la Comédie-Français y Marcel Marceau
La Comedia Nacional, en la que trabajaban Eva Dongé, Gianni Lunadei, Alejandro Anderson y Rafael Rinaldi, entre otros, pisó varias veces los escenarios del San Martín debido al incendio del Teatro Nacional Cervantes, ocurrido en junio de 1960. Armando Discépolo montó su propia obra Relojero en la Martín Coronado.
En 1962, Cirilo Grassi Díaz sucedió a Tornello, hasta 1967; y entre otros, los siguieron, Máximo Mayor, César Magrini, Juan Carlos Muiño, Fernando Lanús, Osvaldo Bonet, Iris Marga y Emilio Villalba Welsh.
Una de las obras de mayor calidad artística fue la Yerma protagonizada por María Casares y dirigida por Margarita Xirgu. En su elenco estaban Alfredo Alcón, José María Vilches, Eva Franco y Thelma Biral. También cabe señalar Becket, de Anouilh, con Lautaro Murúa, Duilio Marzio, Norma Aleandro y Alicia Berdaxagar, dirigidos por Mario Rolla; Los físicos, con Pedro López Lagar, Osvaldo Terranova y Enrique Fava, dirigida por Luis Mottura; Romeo y Julieta, con Luis Medina Castro, Lía Gravel y Marta Gam, dirigida por Alberto Rodríguez Muñoz; Reunión de familia, con Milagros de la Vega; La Celestina, con Iris Marga; Luces de bohemia, con Fernando Labat, Miguel Ligero y María Luisa Robledo; La real cacería del sol, con Lautaro Murúa; Coriolano, con el memorable trabajo de Carlos Muñoz; Adriano VII, dirigida por Carlos Gandolfo, con Pepe Soriano, Flora Steinberg, Zelmar Gueñol y Luis Polito, entre otros; y La pucha, de Oscar Viale, con Norma Bacaicoa, Luis Brandoni, Julio De Grazia, Jorge Rivera López, Walter Santa Ana y Marcos Zucker, entre muchas otras propuestas de excelencia.


Las troyanas, con María Rosa Gallo al frente del elenco; y El inglés, con Pepe Soriano y el Cuarteto Zupay


La pucha, de Oscar Viale

El reinado de Kive Staiff
En noviembre de 1971, durante el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse, Kive Staiff asumió por primera vez la dirección general del teatro, para retomar ese puesto en 1976, cargo que conservó durante todo el período de la dictadura militar y la presidencia de Raúl Alfonsín, inclusive. Luego de pasar por la Cancillería y la dirección del Teatro Colón, en 2000 regresó a ese cargo.
Durante esa primera dirección de Staiff, merecen destacarse los montajes de Un enemigo del pueblo, de Ibsen, con Ernesto Bianco, Héctor Alterio y Alicia Berdaxagar; Las troyanas, con María Rosa Gallo, dirigida por Osvaldo Bonet; Ivonne, princesa de Borgoña, de Gombrowicz, con Juana Hidalgo, Elsa Berenguer y Miguel Ligero, dirigidos por Jorge Lavelli; Nada que ver, de Griselda Gambaro, con Walter Vidarte y Carlos Moreno; Macbeth, con Lautaro Murúa, Inda Ledesma, Luis Politti y Jorge Mayor; Trescientos millones, con Alejandra Boero, dirigida por José María Paolantonio; He visto a Dios, con un memorable trabajo de Osvaldo Terranova; y El inglés, un histórico trabajo de Juan Carlos Gené, con Pepe Soriano y el Cuarteto Zupay.
En el documental que se acaba de lanzar en conmemoración de los 50 años del San Martín, muchos artistas confiesan que ese ámbito fue casi un refugio para muchos actores perseguidos o señalados por la dictadura. Allí, en 1976, se estrenó Nada que ver, una contestataria pieza de Griselda Gambaro que dirigió Jorge Petraglia. “Desarrollamos un enorme trabajo teatral e ideológico”, dijo Kive. Luego, en 1980, hicieron subir a escena un Hamlet con otro enfoque más libertario, en contra de la dictadura de su tío. Los mensajes eran sutiles pero intensos para la época. Allí estaban María Rosa Gallo, Alejandra Boero, Jorge Petraglia, José María Gutiérrez, Ernesto Bianco y Alicia Berdaxagar. Una entrelínea entre tanta oscuridad, tanta muerte oculta, era un hálito de vida para el artista.
“Tomé al personaje de Bernarda Alba como un símbolo de la dictadura. Sin cambiar una sola letra al texto, el espectador se daba cuenta de que estábamos hablando del autoritarismo y del terror que producen las dictaduras”, explicaba tiempo atrás Alejandra Boero sobre su versión de La casa de Bernarda Alba, estrenada en 1977, con un elenco integrado por María Rosa Gallo, María Luisa Robledo, Elena Tasisto, Juana Hidalgo, Estela Molly, Graciela Araujo, Alicia Bellán, Hilda Suárez, Lilián Riera, Alicia Berdaxagar y Rubi Monserrat.
“Yo no era pregobierno militar. Hubo claros intentos de desplazarme, pero tuve buenos defensores. Siempre digo que, afortunadamente, el brigadier Osvaldo Cacciatore, un intendente con un sentido un poco feudalista en su manejo de la ciudad, me consideraba parte de su gente. De modo que fue un buen paraguas, una buena protección”, dijo Kive Staiff a La Nación.
Una de las inolvidables puestas de ese período fue aquella que inauguró la segunda dirección de Staiff: Seis personajes en busca de un autor, de Luigi Pirandello, dirigida por Hugo Urquijo, con Gianni Lunadei, Enrique Fava, Luisina Brando, Lito Cruz, Adriana Aizenberg, Flora Steinberg y Nelly Prono.
Paradójicamente con lo que ocurría en el país, el ovillo cultural del San Martín tuvo su epicentro en los años 70. En su segunda mitad, Staiff creó los tres cuerpos centrales: el Ballet Contemporáneo, el Grupo de Titiriteros y el Elenco Estable. Mientras este último cuerpo fue eliminado en 1989, los otros continúan funcionando. El Ballet Contemporáneo, actualmente dirigido por Mauricio Wainrot, lleva ya 33 años ininterrumpidos de vida. Oscar Aráiz inició su elenco de danza, entre 1968 y 1971, pero la compañía estable continuó con la dirección de Ana María Stekleman, hasta 1982. También pasaron por la dirección Norma Binaghi, Lisu Brodsky, Alejandro Cervera, Oscar Araiz y en dos períodos, Stekelman y Wainrot.
En 1977, Staiff convocó al gran titiritero Ariel Bufano para montar David y Goliat, de Sim Schwarz. A partir de esa exitosa experiencia, ambos junto a Adelaida Mangani decidieron crear un elenco estable de titiriteros que contara con el apoyo económico y técnico necesario para desarrollar ese arte. Mangani dirige al grupo desde 1992, luego del fallecimiento de Ariel Bufano. El Grupo de Titiriteros del San Martín tiene ya en su haber puestas inolvidables como La bella y la bestia, El gran circo criollo, Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa, Peer Gynt, El Pierrot negro, Gaspar de la noche, El pájaro azul y Teodoro en la Luna, entre muchísimos otros.

Adelaida Mangani y Mauricio Wainrot


Entretanto, el elenco estable del San Martín estuvo conformado por una treintena de primerísimos actores como Elena Tasisto, Walter Santa Ana, Osvaldo Terranova, Graciela Araujo, Juana Hidalgo, Pachi Armas, Fernando Labat, Jorge Mayor, Roberto Mosca, Roberto Carnaghi, Osvaldo Bonet, Ingrid Pelicori, Horacio Peña, Alfonso De Grazia, Jorge Petraglia, Horacio Roca, Roberto Castro, Aldo Braga, Mario Alarcón, Patricia Gilmour, Oscar Martínez, Alberto Segado, Hugo Soto y Leopoldo Verona, entre muchos otros.
En 1977, después de una larga ausencia, volvió a los escenarios Ernesto Bianco con Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand. Fue una excelente puesta dirigida por Osvaldo Bonet que, lamentablemente, duró muy poco tiempo ya que el gran actor murió el 2 de octubre, a los 55 años, a las pocas funciones.
Otras memorables puestas del elenco estable fueron Escenas de la calle, Esperando a Godot, Juan Gabriel Borkman, El organito, El inspector, El mago, El burgués gentilhombre, Santa Juana, Periferia, Don Gil de las calzas verdes, Todos eran mis hijos, Los pilares de la sociedad y la memorable versión de Hamlet (1980), que dirigió Omar Grasso, con Alfredo Alcón, Elena Tasisto, Roberto Carnaghi, Graciela Araujo, Alfredo Duarte y Roberto Mosca, entre muchos otros. Por su parte, la puesta de Galileo Galilei, de Brecht, dirigido por Jaime Kogan, se constituyó en el mayor éxito en la historia del San Martín. Un total de 150 mil espectadores fue a ver la memorable actuación de Walter Santa Ana, al frente de un elenco que integraban, entre otros, Graciela Araujo, Hugo Soto, Mónica Santibáñez y Horacio Peña.
Aunque la proyección internacional del elenco estable del San Martín se venía dando desde hacía unos años, en 1982, se realizó una gira por la Unión Soviética (otra paradoja política) con El reñidero, de Sercio de Cecco, y La casa de Bernarda Alba, de García Lorca. Un dato curioso: el elenco fue protagonista inesperado de los funerales de Leonid Brézhnev, ex presidente soviético, en Moscú.
Mauricio Kartún estrenó Pericones, en 1987, una de las mejores temporadas, con grandes montajes de Tres hermanas y Los caminos de Federico, con Alfredo Alcón.
Entre las visitas internacionales de los años 80 caben citarse a Pina Bausch, Darío Fo, Tadeusz Kantor, Kazuo Ohno, Rufus, Dimitri, Bibi Anderson, Vittorio Gassman, Hans Peter Minetti, Marcel Marceau, el musical Ain’t Misbehavin, el teatro Rustavelli de Georgia, el Odin Teatret de Dinamarca, la Cuadra de Sevilla, el Stara Teatr de Cracovia, el Teatro Máximo Gorki de Leningrado, el Teatro El Galpón y el Teatro Circular (de Montevideo) y el grupo Rajatablas.
Los años 90 continuaron la excelencia y cedieron espacio a grupos emergentes como La Organización Negra y nuevos realizadores como Ricardo Bartís, Rafael Spregelburd, Javier Daulte, Mauricio Kartún y Claudio Hochman. Cuatro inolvidables: Una visita inoportuna, de Copi, con una soberbia actuación de Jorge Mayor; el Peer Gynt de Alcón; y los montajes de Bartís: Hamlet y la guerra de los teatros y El pecado que no se puede nombrar.
Fue una década en la que pasaron también por su dirección artística Emilio Alfaro, Eduardo Rovner, Juan Carlos Gené y Ernesto Schoo. Asimismo, el grupo andaluz La Zaranda pisó muchas veces los escenarios del Teatro San Martín.
En 2000 el Gobierno de la Ciudad porteño creó el Complejo Teatral de Buenos Aires, una organización que fusionó artística y administrativamente las cinco salas teatrales de dependencia oficial. Es decir, el San Martín se integró al Presidente Alvear, al Teatro de la Ribera, al Regio y al Sarmiento.
Hoy, el CTBA no sólo brinda excelencia en sus propuestas culturales, sino que también edita libros, revistas, tiene un programa de televisión y otro de radio, entre tantos otros emprendimientos. Como una vivienda lacustre, está sostenida para que no la alcance la inundación. Sus hacedores tratan de sostener toda esa gran estructura de la mejor forma. A veces se puede, otras veces no. Sólo es cuestión de las autoridades conseguir que toda esta historia resumida en estas líneas pueda proseguir. Porque los porteños y el resto de los argentinos estarán siempre orgullosos de su Teatro San Martín

DIEZ AÑOS DE CAÍDA EN PICADA

Tal vez la crisis sea una oportunidad de crecimiento, pero tiene un peso muy fuerte en el presente del San Martín. El propio director saliente, Kive Staiff, admite que hubo achicamiento de personal y que el complejo teatral ha perdido en los últimos tiempos más de un centenar de miembros. Ni siquiera fue posible festejar el medio siglo de vida como es debido, ya que todo el presupuesto fue destinado a la reapertura del Teatro Colón. Los andamios siguen vistiendo su fachada, las filtraciones en las salas no cesan, el desmantelamiento de los talleres propios es insostenible y el dinero nunca llega. Entretanto, la congoja es notoria en el personal del edificio. "La escasez del presupuesto es nuestra marca en el orillo. Eso nos restringe en la actividad básica y nos impide incrementar la actividad -afirma Staiff-. Antes hacíamos giras por el exterior. Llegamos a la Unión Soviética y recibíamos propuestas interetantísimas de grandes figuras, como Tadeusz Kantor y Pina Bausch. Uno puede hacer milagros, pero hasta cierto punto. Llegado el momento, si no están los diez pesos en el bolsillo no se puede cambiar ni siquiera una lamparita". La caída presupuestaria fue creciendo desde principios de siglo. Se repiten los presupuestos, sin tomar en cuenta la inflación anual. Hoy el Ejecutivo porteño espera que la Legislatura apruebe dos proyectos que pueden ayudar, uno sobre la venta de inmuebles para afrontar la restauración del edificio y otro sobre la autarquía.Hay cambios estructurales: eso puede ser esperanzador. Pero las respuestas tardan y las soluciones no se concretan. En el fondo, lo que más duele es la indiferencia.


El perro del hortelano, dirigida por Daniel Suárez Marzal

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